Ofrecemos la traducción de un nuevo artículo de la serie Focus on de Eurydice, la red de información sobre educación de la Comisión Europea:
La Dra. Milica Popović es politóloga especializada en estudios de memoria, sociología política y educación superior. Obtuvo un doctorado en sociología política comparada en Sciences Po Paris (N. de T: Instituto de Estudios Políticos de París) y otro en estudios balcánicos en la Universidad de Liubliana. Entre 2021 y 2023, fue becaria posdoctoral y jefa de proyecto en el Observatorio Global de Libertad Académica de la Universidad Centroeuropea de Viena, recibiendo por este trabajo un Premio DAAD (N. de T.: Servicio Alemán de Intercambio Académico, por sus siglas en alemán) a los Valores Académicos Fundamentales para Personal Científico que inicia su carrera. Más allá de su trabajo académico, contribuye al desarrollo de la política de educación superior en Europa, tratando de mejorar las condiciones del personal académico y, especialmente, de investigadores noveles.
A raíz de la publicación del último Informe de Implementación del Proceso de Bolonia, Eurydice tuvo la oportunidad de entrevistarla y mantener una interesante conversación sobre valores fundamentales en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) como la libertad académica y la participación estudiantil.
Sólo dieciséis países del EEES han desarrollado directrices y mecanismos para apoyar la libertad académica. La mayoría de los países no han informado de ninguna acción de alto nivel para potenciar este valor fundamental. ¿Por qué cree que tan pocos países han mencionado iniciativas y mecanismos para proteger/promover la libertad académica y qué tipo de iniciativas sería deseable que desarrollaran los países?
Aunque sin duda es positivo fomentar, promover y potenciar los valores fundamentales, debemos tener cuidado para no confundir la existencia de directrices y mecanismos con el estado de la libertad académica en un determinado país: tenemos ejemplos en los que la sobrerregulación estatal de la libertad académica conduce en realidad a su disminución. No obstante, la libertad académica se ha dado por sentada durante mucho tiempo, como un valor autocomprendido y un derecho. Se ha entendido como un principio estándar de la educación superior ejercido por las élites de profesorado, con trabajos estables, estatus de funcionariado público o titularidad – estratos privilegiados de la sociedad.
No sólo la estructura de las sociedades y la distribución del poder han cambiado, sino que también la estructura de nuestras universidades, la producción de conocimiento y la distribución del poder, o, al menos, las demandas de poder han cambiado en las últimas décadas. Así, las universidades abrieron el espacio para un diálogo sobre las cuestiones más exigentes y difíciles e inmediatamente, como tales, se convirtieron en objetivos. Las iniciativas deseables serían las que permitieran a la propia comunidad académica -la comunidad académica contemporánea, incluido el estudiantado, el personal investigador precario que inicia su carrera y las personas procedentes de entornos desfavorecidos- crear, acordar, desarrollar y aplicar; en lugar de los enfoques de arriba abajo.
¿Qué factores de riesgo debemos tener en cuenta al evaluar el estado de la libertad académica entre países?
Creo que es de esencial importancia no cuantificar la evaluación de los valores. Convertir todo en números y clasificaciones solo devalúa los principios fundamentales que ha adoptado el EEES. La producción, el intercambio y la difusión del conocimiento es una tarea mucho más compleja de lo que las estructuras burocráticas quisieran admitir, y la cuantificación puede convertirse rápidamente en una herramienta para atentar contra la libertad académica. También permite discursos autocomplacientes por parte de estados y gobiernos, silenciando así las voces discrepantes. De hecho, el mayor reto es cómo evaluar una libertad sin coartarla a través de la propia evaluación.
La tarea importante es encontrar ese lugar equilibrado entre la ausencia de regulación y la sobrerregulación: la microgestión de espacios donde deberían tener lugar los debates más encarnizados de la sociedad, como deberían ser las universidades, conduce al silenciamiento y la censura, como hemos presenciado recientemente en casos de guerras y ocupaciones, genocidios y hambrunas, cuestiones coloniales y de género o la teoría crítica de la raza. Un país que parece razonablemente bueno sobre el papel puede fracasar estrepitosamente en la práctica. Tendemos a discriminar a los países de Europa del Este y del Sudeste, a veces por motivos totalmente razonables, y, sin embargo, últimamente hemos visto casos flagrantes de violaciones de la libertad académica en Europa Occidental. Una vez más, escuchar a la propia comunidad académica es la clave para entender cómo se puede preservar la libertad académica.
La integridad académica se enfrenta hoy a nuevos retos, como el desarrollo de la inteligencia artificial. En su opinión, ¿cómo puede afectar esto a la integridad académica y cómo pueden las instituciones de educación superior responder mejor a estos retos?
No podemos, ni debemos, detener los avances tecnológicos. La inteligencia artificial está aquí para quedarse, como en su día (y en realidad no hace tanto) ocurrió con internet. Así que el reto es cómo hacer que funcione con la IA y hacer que la IA funcione para nosotros. La esencia de la integridad académica reside en cada miembro de la comunidad académica, no en las herramientas que tengan o puedan tener a mano. Si creemos que nuestros y nuestras colegas y nuestro estudiantado son seres humanos decentes y honestos que se esfuerzan por adquirir y producir conocimientos, entonces podríamos salir de la dinámica de la imposición continua de la búsqueda de resultados exclusivamente excelentes. Salir de la «carrera de ratas» y de las exigencias desmesuradas que se imponen hoy a quienes investigan o estudian beneficiaría, sin duda, tanto a la propia comunidad como a la integridad académica como tal. Dar el espacio, el tiempo y las condiciones materiales a la ciencia para que produzca resultados excelentes, pero también fracasos excelentes, sin las presiones del tiempo y la amenaza perpetua de perder su medio de vida, tendría el mayor beneficio para la integridad académica. Todo lo demás son pequeños instrumentos correctivos que pueden poner una venda temporalmente, hasta que se invente algo más, más allá de la IA.
Aunque la legislación de casi todos los países exige la participación estudiantil, la Unión Europea de Estudiantes informó de algunas tendencias preocupantes en relación con la fuerza de las voces estudiantiles dentro de las instituciones de enseñanza superior y subrayó la necesidad de reforzar el principio de colegialidad. ¿Por qué es importante garantizarlo y cuáles son los posibles efectos secundarios de esta debilidad?
La participación estudiantil es exactamente el mejor ejemplo de cómo las normativas, las directrices y los mecanismos pueden parecer buenos sobre el papel y, sin embargo, podríamos estar ante una realidad muy distinta. Los y las estudiantes son el futuro de nuestro planeta y la esencia de la existencia de las universidades. No preparamos –o, al menos, no deberíamos hacerlo- planes de estudios para complacer a nuestros egos mostrando la amplitud de nuestros conocimientos, sino para abrir este maravilloso espacio de cocreación del conocimiento con el estudiantado que viene hoy de diversos orígenes, diversas experiencias, diversas edades, diversas partes del mundo, y darles la oportunidad de enseñarnos tanto como les enseñamos.
Si no damos esta oportunidad a los y las estudiantes, anulamos el propósito de la educación superior. Por lo tanto, si no permitimos la participación estudiantil en todos los niveles de los sistemas e instituciones de educación superior y en todos los temas, les negamos su derecho a ser compañeros y colegas. Es más, en los últimos meses hemos sido testigos de prácticas que todo el mundo esperaba que fueran prácticas del pasado: llamar a la policía en protestas pacíficas, cerrar conversaciones importantes sobre los problemas más acuciantes de nuestro mundo, pero también la gestión de las instituciones e, incluso, casos de violencia contra los y las estudiantes. Hay que poner fin a estas prácticas y (re)abrir el espacio para el diálogo; de lo contrario, las universidades seguirán siendo cáscaras vacías de sus promesas de hacer avanzar la base de conocimientos y fomentar el desarrollo de una ciudadanía democrática.
Ahora que el EEES ha adoptado declaraciones para garantizar un entendimiento común sobre cada uno de los valores fundamentales, ¿cuáles deberían ser los siguientes pasos para mejorar su protección y promoción?
La comunidad del EEES tiene que mirar en profundidad y comprender cómo los valores fundamentales deberían revitalizar el Proceso de Bolonia y el desarrollo del EEES en lugar de convertirse en otra casilla más de los informes administrativos. Los esfuerzos de comunicación tendrían que ser esenciales para evitar la trampa, una vez más, que permite a algunos gobiernos y estados interpretar y reinterpretar los valores fundamentales según sus propias necesidades y políticas. Una comunicación más directa con toda la comunidad académica y la insistencia en un intercambio continuo con ellos mejorarían la apropiación dentro del proceso y ayudarían al EEES a mejorar sus estrategias y mecanismos.
Así pues, informar a la comunidad académica sobre los valores fundamentales, la evolución de las políticas a nivel del EEES y preguntarles cómo creen que deberíamos proceder a nivel nacional e institucional debería ser un primer paso en todos y cada uno de los Estados miembros del EEES. El EEES puede ser una fuerza progresista dentro de la educación y la investigación solo en la medida en que sus miembros sobre el terreno –personal investigador y profesorado con y sin puestos permanentes, y contratos de corta duración, con y sin afiliación, y estudiantes, a tiempo completo o parcial, participen en el proceso.
Autoría: Anna Maria Volpe
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